Wednesday, July 02, 2008

So-called life


Les cerró la puerta del taxi para no girarse más. El llanto había explotado en su estómago y no era buena señal. Cuando se acercó a la puerta se había convertido en hipo y en el hall se escapó de su boca convirtiéndose en llanto de niño. Consiguió llegar al ascensor pero, damn!, que estaba ocupado...

De repente, la otra amiga de los que se habían ido interceptó el ascensor y se sorprendió al ver ese hipo de llanto incontrolado. También ella tenía los ojos húmedos, pero ella llevaba veinte años más de experiencia en despedidas.

No es que llorara la despedida. Lloraba the bells, porque de repente entendió que tocaban por ella, y que la vida se convertiría en una larga y periódica comitiva de despedidas. Se podía aprender a despedirse? ...En realidad, no conocía tanto a esos vecinos, que por aquellos guiños de la vida tenían que ser de Barcelona...

Pero al verles dentro del taxi vio su propia existencia en el asiento de atrás de un taxi de cristales herméticos, siempre con prisas, empezando de nuevo cada poco y despidiéndose eternamente. Era eso factible? Pero estaba tan enganchada a la oportunidad de lo nuevo que tenía una relación dual con la identidad geográfica.


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Los últimos días en Nueva York habían sido de un total relax. Nueva York en Julio huele a Barcelona, a Barceloneta. La gente deambula por las calles con la frescura del adolescente veraniego. Nueva York, es hogar, paradoja. Ruido sí, pero era una cuna internacional plácida, y lo más importante, era vida. Nunca fallaba, era una garantía.

Poco a poco los prejuicios europeos habían resbalado. Henri-Lévy (American Vertigo, 2006) decía algo así como que Estados Unidos era el único sitio donde uno podía ver simultáneamente a sus propios antepasados a la vez que el futuro de la sociedad. Esta era la magia singular del país, sentirse rodeado de pasado y futuro a la vez, o sea, presente continuo, contextualizado, tierra, fiiiirmes!

Y como no, en este presente continuo había continuas celebraciones, continuas despedidas,...Con acento turco esa otra amiga de los vecinos, antes de salir del ascensor le soltó ¨and don´t feel a stranger¨. No se sentía como una extraña, simplemente, su estómago estaba experimentando uno de esos pocos instantes en que uno se sabe vivo, había visto algo, algo muy fuerte, como un trazo de muerte, o bueno, un latigazo de vida. O sea a esa realidad abismal en la que de repente no hay nada más que el envoltorio de uno mismo. Nada más sirve, nadie, sólo uno, sí, la levedad. Sus circunstancias y ella misma, diría Ortega.

A partir de entonces desbancó la injusticia, no era injusto ir conociendo los seres más bellos y saberlos caducos en el primer beso de saludo. Era la construcción del yo. Empezó a imaginarse los primeros inmigrantes irlandeses, alemanes, italianos llegando a Nueva Inglaterra y eso le reconfortó en lo más íntimo, en los genes, probablemente.

El antiguo paradigma se basaba en la vuelta.
Qué hacer en este nuevo paradigma que vetaba la vuelta? Cómo referenciar la propia existencia sin unas latitudes geográficas? Sin un volver, la vida estaba palpable en el aire. No quedaba más remedio que vivirla.






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