Pues eso, que ha llegado de imprevisto el buen tiempo y la Barceloneta se ha llenado de luz y de alegría. Un ejército de turistas y paisanos ha invadido el paseo y la playa en busca de su paellla.
Todo el mundo parecía tranquilo. La luz tiene este poder de serenidad, de paz. Es contagioso.
Al caer la tarde, la multitud ha ido subiendo hacia la ciudad. El escenario ha quedado vacío.
A las diez los vecinos sacaban las ollas al balcón en contra del plan urbanístico.
Pero qué rica estaba la paella...
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